Al principio esto puede parecer muy romántico, se empieza a complacer a la otra persona y se cree que eso es entrega y respeto. Pero luego, con el tiempo pasan dos cosas. Una, de parte de quien está siendo dependiente, deja de ser él o ella misma, se despersonaliza, vive en función de la otra persona. Esto genera soledad, frustración, impotencia, celos, sufrimiento en general porque se tiene la idea de que nunca se puede cumplir el ideal de la otra persona (idea correcta por cierto.)
Luego, por el otro lado, empieza una presión cada vez más intensa por convertir al otro en un ideal que no es él o ella y esto acaba con enojo y recriminaciones porque es obvio que la persona nunca podrá ser ese ideal. Por la sencilla razón de que es una persona y no una idea.
Estas relaciones son cíclicamente inestables, tienen periodos muy hermosos de paz que cada vez son menos y poco a poco son más los de peleas y discusiones. Además, ninguno de los dos y especialmente quien depende más del otro (aunque la dependencia es mutua, tanto de uno hacia el otro y viceversa) no pueden establecer vínculos sociales de forma significativa con los demás, se aisla y sus proyectos personales desaparecen. Eso porque se vive la vida de la otra persona y se deja de vivir la propia.
El amor es sustituido por la soledad, la desesperanza, la frustración y enorme sentido de despersonalización. Se olvida de quién es y qué es lo que se quiere, dejando a su paso un profundo sentido de inseguridad e incertidumbre consigo mismo y con el futuro.
En la próxima entrega veremos qué se puede hacer para prevenir una relación de dependencia y qué hacer para salir de ella.